ESPANA
ABC
Día 07/04/2013 – 17.23h
Esta es una historia que debe comenzar por su último capítulo. O, mejor dicho, por el penúltimo, ya que el final, si es que llega a ser escrito, pertenecerá a otro pontificado.
El 17 de diciembre de 2012 tres cardenales fueron recibidos por el Papa y le hicieron entrega de un informe previamente encargado por él. Una frase sencilla, que encierra un enorme secreto. Y que, para empezar, no es del todo exacta. El “informe” no se entrega como quien da un sobre o un cuadernillo, porque estamos hablando de un grueso volumen, hay quien dice que consta de trescientas páginas, que está encuadernado en rojo y no lleva título alguno. El Santo Padre no se limita a recibirlo, sino que de inmediato lo guarda, no bajo siete llaves, sino “setenta veces siete”, como el perdón en el Evangelio, decidiendo antes de su histórica renuncia que el informe será entregado solamente al que será su sucesor. Desde el momento en que pronunció el encargo, en abril de ese mismo año, uno de los tres cardenales ha sido recibido privada y reservadamente con mucha frecuencia por el Papa, que así ha ido sabiendo todo lo que los tres purpurados descubrían. Golpe a golpe. El cáliz, una vez más, apurado hasta el fondo.
El cardenal que ha mantenido al Papa al día es el español Julián Herranz, miembro del Opus Dei, grandísimo jurista durante el pontificado de Juan Pablo II y hasta su jubilación consejero jurídico del Santo Padre en su cargo de presidente del pontificio Consejo para los Textos Legislativos. Él fue quien recibió en primera persona el encargo de redactar el informe sobre el estado de la curia, y aunque lo aceptó de inmediato, no quiso llevarlo a cabo solo, más por razones de oportunidad y justicia que por considerarlo una carga demasiado pesada. Pudo elegir en total libertad a sus dos compañeros de investigación, el cardenal italiano Salvatore de Giorgi y el eslovaco cardenal Jozef Tomko. Ninguno de los tres estará dentro de la Capilla Sixtina durante el cónclave porque ya han rebasado el límite de los ochenta años. Y tal vez para ellos mismos sea mejor así, porque ahora comparten con el Papa emérito el conocimiento directo de muchos males que se han infiltrado tras los muros vaticanos. […]
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