A un año de su renuncia pública al Obispado de Iquique (ver video) por estar siendo investigado en un caso de abusos sexuales, el pasado 14 de noviembre reapareció el ex obispo Marco Antonio Ordenes, celebrando una misa por la muerte de su madre en el santuario de la Tirana. A raíz de esta nueva y sorpresiva reaparición, el teólogo Jorge Silva, cuestiona nuevamente (ver carta anterior) la actitud de Órdenes, particularmente el que use la homilía para defenderse de las acusaciones.
Cuando empecé a escribir este texto, hace varios meses, pretendía hacer una comparación entre la novela del escritor gay chileno Augusto D’Halmar, “Pasión y Muerte del Cura Deusto”, donde se relata la complicada situación afectiva que surge del vínculo efebofilo[1] entre el sacerdote Iñigo Deusto y “el Aceitunita”, su monaguillo, sacristán y niño de coro, que termina con la muerte del cura en viernes santo; y la historia, esta sí real, dramática, y cuyo desenlace aun no conocemos, del obispo dimisionario de Iquique. Se trata de alguien que está siendo investigado por un caso de abuso sexual por la Nunciatura Apostólica y que fue investigado por el Ministerio Público, que dejó en claro que la denuncia en su contra era veraz, aun cuando le corresponda al nuestro antiguo sistema judicial penal ver el caso, y probablemente corresponda que se aplique la prescripción.
En los últimos días y a la luz de los últimos acontecimientos, y de las palabras del propio Marco Ordenes en la homilía de la eucaristía de funeral de su señora madre, pensé que el título de este texto más bien debería parafrasear al jesuita Manuel Lacunza, y transformar su “Venida del Mesías en gloria y majestad” en una irónica “Venida de Marco en gloria y majestad”.
Sin embargo insistiré en la primera idea de título, “Pasión y muerte del cura Ordenes”, sobre todo teniendo en consideración que el mismísimo Marco Antonio, en su última y publicitada aparición pública, se aplica a sí mismo las palabras proféticas que Isaías, que en el “Cantico del Siervo Sufriente”, dice que “fue contado entre los malhechores…” (Isaías 53, 12). Palabras proféticas que desde siempre han sido aplicadas a Cristo, verdadero y único cordero inocente, y a su dolorosa pasión (ver nota de La Estrella).
En los meses que han transcurrido desde que salió a la luz pública la investigación eclesiástica que se desarrollaba en torno a este obispo, de la que aún no tenemos noticias, y en que la fiscalía reabrió una investigación que luego dio por concluida, manifestando que los hechos denunciados eran tales, aun cuando este caso correspondía al “antiguo” sistema procesal penal chileno (ver nota de La Estrella); en Iquique las cosas parecen no haber cambiado.
Las (os) mismas (os) fieles y devotos de Marco Ordenes continúan ocupando los cargos de responsabilidad en la diócesis. A modo de ejemplo, sólo mencionar que el vicario judicial, a quien le correspondería investigar cualquier otra denuncia que recaiga sobre otro sacerdote, no es otro que Franklin Luza, muy cercano y uno de los más acérrimo defensores del obispo dimisionario.
Creo que es necesario preguntarse: ¿Qué ocurre en Iquique? ¿Qué ocurre en la Iglesia y con la Iglesia?
Será que ese mismo chovinismo localista que nos hace considerarnos la “tierra de campeones”, o ese nacionalismo patriotero y enfermizo que nos hace desconfiar de los extranjeros… (“…Iquique se ha puesto muy malo, con tanta gente de afuera que ha llegado…”, decía mi abuela; primero eran sureños, ahora extranjeros), nos hace traicionarnos y cerrar los ojos para no ver la caída de aquel a quien, por haber logrado ser más que el común, “…el orgullo de nuestro pueblo…” (Judit 15, 9). Lo habíamos levantado como un héroe, un santo en este caso, y frente a su caída preferimos convertirlo en un mártir, en lugar de reconocer que era tanto o más pecador que todos nosotros, y por tanto igual de humano que todos nosotros.
En los últimos días hemos conocido por la prensa el multitudinario funeral de la señora Fresia Fernández, madre de Marco Ordenes, mujer humilde, ligada a la religiosidad popular. Creo que, mirando un poco más allá, quizás un poco más retorcidamente, cabe preguntarse, si la eucaristía celebrada en el santuario de La Tirana, y que apareció en la prensa días después de que apareciera la noticia de la audiencia en que la Fiscalía presentó las conclusiones de su investigación; era realmente su misa de réquiem. Quizás era un acto de desagravio en torno a la figura del obispo, o quizás una demostración de la fuerza –popularidad– influencia del mismo, una especie de auto canonización de este “santo mártir”, reafirmando y reafirmándose, ahora configurado en otro Cristo, ya no por el sacerdocio sino por la vivencia de esta “pasión” dolorosa, frente a sus detractores, frente a la víctima. También frente a aquellas victimas que aun temen decir su verdad (considerando que el fiscal indicó que es su deber continuar investigando otro caso del que se tiene noticias pero en el que la víctima no ha querido presentar una denuncia); y también colocándose frente y por sobre la justicia civil chilena.
Pero quiero dar el privilegio de la duda al buen obispo y pensar que como me dijo un buen amigo, que también fue muy cercano a él en otro tiempo, no es tan retorcido como para actuar de esa manera, menos en el funeral de su madre. Por otro lado, creo que en momentos de gran dolor, podemos actuar de manera imprudente, y quizás eso haya ocurrido en La Tirana.
Lo cuestionable no es que Marco haya presidido la eucaristía, ya que sobre él no hay ninguna sanción canónica que se lo impida, sino todo ese “acto”, esa “ostentación”. Quizás fue más bien producto de otras mentes, estas sí retorcidas, que se encuentran detrás de su defensa, y que haciendo de ella su bandera de lucha, buscan también mantener sus, miserables, cuotas de poder dentro de la iglesia de Iquique.
Es cuestionable, que en un acto esencialmente privado e íntimo, como es la despedida de un ser querido que ha dejado este mundo, se use la homilía para hablar de sí mismo, de su “inocencia”, y más aún, para presentarse a como figura mesiánica, “el siervo sufriente”, atribuyéndose a si las palabras del profeta Isaías.
Marco Antonio Ordenes
Me parece también cuestionable, la participación del clero de Iquique, que cerrando filas en torno al obispo dimisionario, parece dar una señal de su apoyo éste. Sin duda si ocurriera como a Karadima, en cuyo caso de aplicó prescripción, pero que fue demandado civilmente para que sus víctimas sean indemnizadas, tanto por él como por la Iglesia, este apoyo por parte del clero y las religiosas de Iquique, esta concelebración (sobre todo considerando que el día anterior el administrador diocesano había celebrado ya la misa de funeral) podría interpretarse como una muestra de apoyo, que desbarataría la tesis de la iglesia chilena de que los delitos son actos individuales, por lo cual a la iglesia como institución no le corresponde hacerse responsable.
También me parece un mal signo, esta aparición “en gloria y majestad” de Marco Antonio, considerando, que no se conoce sentencia por parte de la Santa Sede, que podría declararlo culpable y hasta “reducirlo al estado laical”. Será acaso que así como, con este acto parece desconocer y desafiar las conclusiones del fiscal que desarrolló la investigación en torno a él; también será un desafío a la investigación eclesiástica y en caso de una sentencia en su contra ¿Quizás lo veremos fundando, con sus fieles devotos, clérigos (sacerdotes y diáconos) y laicos (dentro de la categoría de “laicos” se sitúan las religiosas y los religiosos no sacerdotes) su propia iglesia?
También es un mal signo para aquel que sea nombrado por el Santo Padre para ser obispo de Iquique, porque es una muestra de “fuerza”, de “influencia”, que hace ver que otro no podrá dirigir la diócesis sin él, como ha ocurrido hasta ahora, en que aunque hay un administrador apostólico en sede vacante, continúan los vicarios nombrados por el obispo dimisionario, así como una serie de “oficiales” de menor rango de la curia. Pareciera que no es al administrador apostólico a quien acuden clérigos y religiosos (as) en busca de orientación, sino a Marco.
Es esta una historia de “Pasión y muerte”, es la historia de actos de abuso, de soberbia. Los hemos visto en un pasado reciente, los vemos en la actualidad y de seguro seguiremos viendo en la iglesia de Iquique, y en la Iglesia chilena, y en la iglesia universal. Esta historia es fruto de la pasión, pero no de una pasión que lleve a la santidad, ni a la redención, sino de pasiones insanas, la misma pasión con que, como dice san Agustín se construyó la ciudad del “amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios”, que es, sin duda, el olvido de que el rostro de Dios, en esta vida no los encontramos poniendo los ojos en blanco, y mirando al cielo, sino que el rostro de aquellos que nos rodean, sobre todo de los más pequeños. Mientras no aprendamos, mientras no asumanos esta historia de “pasión” o de “pasiones”, como real y como parte de nuestra propia historia como iglesia; estas historias solo pueden llevarnos a la muerte.
En cambio si a pesar del dolor, la rabia y las miserias que muestran estas historias, somos capaces de aprender de ellas, de asumir como parte de nuestras propias historias, de las historias de miserias y grandezas de la iglesia, y somos capaces de pedir perdón con humildad, de no levantarnos como maestros de moralidad, entonces estas mismas historias de dolor, pueden llegar a ser redimidas, ya no por las “pasiones” desordenadas, sino por LA PASION de Cristo, el único que siendo inocente ha sido “contado entre los malhechores” (Isaías 53, 12).
Para que esto ocurra, creo que resulta indispensable que se produzca el saludable recambio generacional en quienes dirigen la Iglesia Católica. Hoy muchos de nuestros pastores son de aquellos que fueron “hijos espirituales” de oscuros personajes como Fernando Karadima, o fueron formados en un tiempo en que la “política” de la iglesia respecto a los casos de abusos, era más bien la de “ocultar”, de guardar las apariencias, y pensar más en el hecho de la mancha a un don tan precioso como el sacerdocio, por sobre el dolor de las víctimas.
Es necesario que nos preguntemos, dónde esta nuestro corazón. Si nuestra confianza y nuestro amor están puestos “en quien sabemos nos ama” a pesar de todo y de todos, o si como en el caso de lo que parece ser una gran porción de la iglesia de Iquique, la fe, la confianza y el amor, están más bien puestos en la persona de Marco Ordenes. De eso depende que todo lo que construyamos sean en este último caso, construcciones sobre arenas movedizas que, aunque se resistan, terminaran por caer. Ojalá podamos llegar al final de nuestros caminos, teniendo la certeza de que lo que hemos construido, ha sido edificado, sobre la roca firme de Cristo.
[1] Prefiero hablar de “EFEBOFILIA” ya que como mencionó alguna vez, el cardenal Tarsicio Bertone, es el termino más correcto para referirnos a la desordenada tendencia que existe entre los clérigos de tener relaciones afectivo–sexuales con adolescentes y jóvenes. Seguramente el señor cardenal hacia la salvedad pensando que era un grado menos de perversión que la pedofilia, que dice relación más bien con niños. Sin embargo en los casos de abusos por parte de clérigos, creo que el grado de perversión se sitúa mas bien en el abuso de poder por parte de quien tiene la misión de ser “cuidador” de las almas.