“Desde su elección hemos puesto toda nuestra esperanza en el Papa Francisco”, es la oración con la que abre el comunicado que esta semana han lanzado a los medios de comunicación Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo. Lo que une a estos tres hombres de personalidades y vidas tan diferentes es su desprecio por la impunidad, su extrema valentía y un profundo sentido de justicia y responsabilidad.
Ellos fueron víctimas del Padre Karadima y decidieron romper el silencio en la conservadora Santiago de Chile para desenmascarar al poderoso sacerdote que las élites chilenas adoraban y protegían. Ha sido una lucha contra la gravedad, contra un sistema robusto cuyas raíces se encontraban ancladas y aseguradas en las más altas esferas sociales y económicas de Chile. A la hipocresía que sirve de cimiento para el sector más conservador de su país, le han golpeado duro. Y lo han hecho con un objetivo: que se haga justicia y que el abuso sexual del que fueron víctimas y son sobrevivientes, no se ejerza jamás contra ningún otro niño o adolescente.
El estremecedor comunicado que lanzaron esta semana tiene como objetivo alzar su voz de protesta frente a la designación del Obispo Barros, nombrado por el mismo Papa Francisco como titular de la diócesis de Osorno, Chile: “un hombre al que hemos acusado de haber sabido y presenciado abusos, fomentado dinámicas perversas del poder”. A Barros lo señalan como cómplice de Karadima. Y Francisco lo sabe: “El Arzobispo de Concepción se reunió con el Santo Padre y le advirtió de la consternación que estaba causando en Chile el nombramiento. El Papa Francisco reconoció conocer el sufrimiento de las víctimas de Karadima”, y luego de sus amables y sentidas palabras, reconfirmó a Barros como Obispo.
“Nos cuesta creer que como dijo el Papa ‘las familias deben saber que la Iglesia hace grandes esfuerzos para tutelar a sus hijos, quienes tienen el derecho a dirigirse a ella con plena confianza, porque es una casa segura’”, concluye el comunicado.o