[B0504]
Santa Messa nella Cappella della Casa Santa Marta con alcune vittime di abusi sessuali da parte di esponenti del clero
Omelia del Santo Padre
Testo in lingua italiana
Testo in lingua inglese
Questa mattina alle ore 7, nella Cappella della Casa Santa Marta in Vaticano, Papa Francesco ha celebrato la Santa Messa alla quale hanno partecipato alcune persone vittime di abusi sessuali da parte di membri del clero, con alcuni famigliari e accompagnatori e con i membri della Pontificia Commissione per la Tutela dei Minori.
Nel corso della Celebrazione Eucaristica il Santo Padre ha tenuto l’omelia che riportiamo di seguito:
Omelia del Santo Padre
La imagen de Pedro viendo salir a Jesús de esa sesión de terrible interrogatorio, de Pedro que se cruza la mirada con Jesús y llora. Me viene hoy al corazón en la mirada de ustedes, de tantos hombres y mujeres, niños y niñas, siento la mirada de Jesús y pido la gracia de su orar. La gracia de que la Iglesia llore y repare por sus hijos e hijas que han traicionado su misión, que han abusado de personas inocentes. Y hoy estoy agradecido a ustedes por haber venido hasta aquí.
Desde hace tiempo siento en el corazón el profundo dolor, sufrimiento, tanto tiempo oculto, tanto tiempo disimulado con una complicidad que no, no tiene explicación, hasta que alguien sintio que Jesus miraba, y otro lo mismo y otro lo mismo… y se animaron a sostener esa mirada.
Y esos pocos que comenzaron a llorar nos contagiaron la consciencia de este crimen y grave pecado. Esta es mi angustia y el dolor por el hecho de que algunos sacerdotes y obispos hayan violado la inocencia de menores y su propia vocación sacerdotal al abusar sexualmente de ellos. Es algo más que actos reprobables. Es como un culto sacrílego porque esos chicos y esas chicas le fueron confiados al carisma sacerdotal para llevarlos a Dios, y ellos los sacrificaron al ídolo de su concupiscencia. Profanan la imagen misma de Dios a cuya imagen hemos sido creados. La infancia, sabemos todos es un tesoro. El corazón joven, tan abierto de esperanza contempla los misterios del amor de Dios y se muestra dispuesto de una forma única a ser alimentado en la fe. Hoy el corazón de la Iglesia mira los ojos de Jesús en esos niños y niñas y quiere llorar. Pide la gracia de llorar ante los execrables actos de abuso perpetrados contra menores. Actos que han dejado cicatrices para toda la vida.
Sé que esas heridas son fuente de profunda y a menudo implacable angustia emocional y espiritual. Incluso de desesperación. Muchos de los que han sufrido esta experiencia han buscado paliativos por el camino de la adicción. Otros han experimentado trastornos en las relaciones con padres, cónyuges e hijos. El sufrimiento de las familias ha sido especialmente grave ya que el daño provocado por el abuso, afecta a estas relaciones vitales de la familia.
Algunos han sufrido incluso la terrible tragedia del suicido de un ser querido. Las muertes de estos hijos tan amados de Dios pesan en el corazón y en la conciencia mía y de toda la Iglesia. Para estas familias ofrezco mis sentimientos de amor y de dolor. Jesús torturado e interrogado con la pasión del odio es llevado a otro lugar, y mira. Mira a uno de los suyos, el que lo negó, y lo hace llorar. Pedimos esa gracia junto a la de la reparación.
Los pecados de abuso sexual contra menores por parte del clero tienen un efecto virulento en la fe y en la esperanza en Dios. Algunos se han aferrado a la fe mientras que en otros la traición y el abandono han erosionado su fe en Dios.
La presencia de ustedes, aquí, habla del milagro de la esperanza que prevalece contra la más profunda oscuridad. Sin duda es un signo de la misericordia de Dios el que hoy tengamos esta oportunidad de encontrarnos, adorar a Dios, mirarnos a los ojos y buscar la gracia de la reconciliación.
Ante Dios y su pueblo expreso mi dolor por los pecados y crímenes graves de abusos sexuales cometidos por el clero contra ustedes y humildemente pido perdón.
También les pido perdón por los pecados de omisión por partes de lideres de la Iglesia que no han respondido adecuadamente a las denuncias de abuso presentadas por familiares y por aquellos que fueron víctimas del abuso, esto lleva todavía a un sufrimiento adicional a quienes habían sido abusados y puso en peligro a otros menores que estaban en situación de riesgo.
Por otro lado la valentía que ustedes y otros han mostrado al exponer la verdad fue un servicio de amor al habernos traído luz sobre una terrible oscuridad en la vida de la Iglesia. No hay lugar en el ministerio de la Iglesia para aquellos que cometen estos abusos, y me comprometo a no tolerar el daño infligido a un menor por parte de nadie, independientemente de su estado clerical. Todos los obispos deben ejercer sus oficios de pastores con sumo cuidado para salvaguardar la protección de menores y rendirán cuentas de esta responsabilidad.
Para todos nosotros tiene vigencia el consejo que Jesús da a los que dan escándalos: la piedra de molino y el mar (cf. Mat 18,6).
Por otra parte vamos a seguir vigilantes en la preparación para el sacerdocio. Cuento con los miembros de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores, todos los menores, sean de la religión que sean, son retoños que Dios mira con amor.
Pido esta ayuda para que me ayuden a asegurar de que disponemos de las mejores políticas y procedimientos en la Iglesia Universal para la protección de menores y para la capacitación de personal de la Iglesia en la implementación de dichas políticas y procedimientos. Hemos de hacer todo lo que sea posible para asegurar que tales pecados no vuelva a ocurrir en la Iglesia.
Hermanos y hermanas, siendo todos miembros de la Familia de Dios, estamos llamados a entrar en la dinámica de la misericordia. El Señor Jesús nuestro salvador es el ejemplo supremo el inocente que tomó nuestros pecados en la Cruz, reconciliarnos es la esencia misma de nuestra identidad común como seguidores de Jesucristo. Volviéndonos a El, acompañados de nuestra Madre Santísima a los Pies de la Cruz buscamos la gracia de la reconciliación con todo el Pueblo de Dios. La suave intercesión de nuestra Señora de la Tierna Misericordia es una fuente inagotable de ayuda en nuestro viaje de sanación.
Ustedes y todos aquellos que sufrieron abusos por parte del clero son amados por Dios. Rezo para que los restos de la oscuridad que les tocó sean sanados por el abrazo del Niño Jesús, y que al daño hecho a ustedes le suceda una fe y alegría restaurada.
Agradezco este encuentro. Y por favor, recen por mi para que los ojos de mi corazón siempre vean claramente el camino del amor misericordioso, y que Dios me conceda la valentía de seguir ese camino por el bien de los menores. Jesús sale de un juicio injusto, de un interrogatorio cruel y mira a los ojos de Pedro, y Pedro llora. Nosotros pedimos que nos mire, que nos dejemos mirar, que lloremos, y que nos dé la gracia de la vergüenza para que como Pedro, cuarenta días después podamos responderle: "Vos sabès que te amamos" y escuchar su voz "Volvè por tu camino y apacentà a mis ovejas" y añado "y no permitas que ningún lobo se meta en el rebaño".
[01123-04.01]
Testo in lingua italiana
L’immagine di Pietro che, vedendo uscire Gesù da questa seduta di duro interrogatorio, e che incrocia lo sguardo con Gesù e piange, mi viene oggi nel cuore incrociando il vostro sguardo, di tanti uomini e donne, bambini e bambine; sento lo sguardo di Gesù e chiedo la grazia del suo pregare.
La grazia che la Chiesa pianga e ripari per i suoi figli e figlie che hanno tradito la loro missione, che hanno abusato di persone innocenti. E io oggi sono grato a voi per essere venuti qui.
Da tempo sento nel cuore un profondo dolore, una sofferenza, per tanto tempo nascosto, dissimulato in una complicità che non trova spiegazione, finché qualcuno non si è reso conto che Gesù guardava, e un altro lo stesso e un altro lo stesso... e si fecero coraggio a sostenere tale sguardo. E quei pochi che hanno cominciato a piangere, hanno contagiato la nostra coscienza per questo crimine e grave peccato. Questa è la mia angoscia e il mio dolore per il fatto che alcuni sacerdoti e vescovi hanno violato l’innocenza di minori e la loro propria vocazione sacerdotale abusandoli sessualmente. Si tratta di qualcosa di più che di atti deprecabili. È come un culto sacrilego perché questi bambini e bambine erano stati affidati al carisma sacerdotale per condurli a Dio ed essi li hanno sacrificati all’idolo della loro concupiscenza. Profanano la stessa immagine di Dio a cui immagine siamo stati creati. L’infanzia — lo sappiamo tutti — è un tesoro. Il cuore giovane, così aperto di speranza, contempla i misteri dell’amore di Dio e si mostra disposto in una maniera unica ad essere alimentato nella fede. Oggi il cuore della Chiesa guarda gli occhi di Gesù in questi bambini e bambine e vuole piangere. Chiede la grazia di piangere di fronte a questi atti esecrabili di abuso perpetrati contro i minori. Atti che hanno lasciato cicatrici per tutta la vita.
So che queste ferite sono una fonte di profonda e spesso implacabile pena emotiva e spirituale e anche di disperazione. Molti di coloro che hanno patito questa esperienza hanno cercato palliativi nella dipendenza. Altri hanno sperimentato seri disturbi nelle relazioni con genitori, coniugi e figli. La sofferenza delle famiglie è stata particolarmente grave dal momento che il danno provocato dall’abuso colpisce queste relazioni vitali.
Alcuni hanno anche sofferto la terribile tragedia del suicidio di una persona cara. La morte di questi amati figli di Dio pesa sul cuore e sulla mia coscienza e di quella di tutta la Chiesa. A queste famiglie offro i miei sentimenti di amore e di dolore. Gesù torturato e interrogato con la passione dell’odio è condotto in un altro luogo e guarda. Guarda a uno dei suoi, quello che lo aveva rinnegato e lo fa piangere. Chiediamo questa grazia insieme a quella della riparazione.
I peccati di abuso sessuale contro minori da parte di membri del clero hanno un effetto dirompente sulla fede e la speranza in Dio. Alcuni si sono aggrappati alla fede, mentre per altri il tradimento e l’abbandono hanno eroso la loro fede in Dio. La vostra presenza qui parla del miracolo della speranza che ha il sopravvento sulla più profonda oscurità. Senza dubbio, è un segno della misericordia di Dio che noi abbiamo oggi l’opportunità di incontrarci, di adorare il Signore, di guardarci negli occhi e cercare la grazia della riconciliazione.
Davanti a Dio e al suo popolo sono profondamente addolorato per i peccati e i gravi crimini di abuso sessuale commessi da membri del clero nei vostri confronti e umilmente chiedo perdono.
Chiedo perdono anche per i peccati di omissione da parte dei capi della Chiesa che non hanno risposto in maniera adeguata alle denunce di abuso presentate da familiari e da coloro che sono stati vittime di abuso. Questo, inoltre, ha recato una sofferenza ulteriore a quanti erano stati abusati e ha messo in pericolo altri minori che si trovavano in situazione di rischio.
D’altra parte, il coraggio che voi e altri avete dimostrato facendo emergere la verità è stato un servizio di amore, per aver fatto luce su una terribile oscurità nella vita della Chiesa. Non c’è posto nel ministero della Chiesa per coloro che commettono abusi sessuali; e mi impegno a non tollerare il danno recato a un minore da parte di chiunque, indipendentemente dal suo stato clericale. Tutti i vescovi devono esercitare il loro servizio di pastori con somma cura per salvaguardare la protezione dei minori e renderanno conto di questa responsabilità.
Per tutti noi vale il consiglio che Gesù dà a coloro che danno scandalo, la macina da molino e il mare (cfr Mt 18, 6).
Inoltre continueremo a vigilare sulla preparazione al sacerdozio. Conto sui membri della Pontificia Commissione per la Tutela dei Minori, tutti i minori, a qualsiasi religione appartengono, sono i piccoli che il Signore guarda con amore.
Chiedo questo ausilio affinché mi aiutino a far sì che possiamo disporre delle migliori politiche e procedimenti nella Chiesa universale per la protezione dei minori e per la formazione di personale della Chiesa nel portare avanti tali politiche e procedimenti. Dobbiamo fare tutto il possibile per assicurare che tali peccati non si ripetano più nella Chiesa.
Fratelli e sorelle, essendo tutti membri della famiglia di Dio, siamo chiamati a entrare nella dinamica della misericordia. Il Signore Gesù, nostro Salvatore, è l’esempio supremo, l’innocente che ha portato i nostri peccati sulla croce. Riconciliarci è l’essenza stessa della nostra comune identità come seguaci di Cristo. Rivolgendoci a Lui, accompagnati dalla nostra Madre Santissima ai piedi della croce, chiediamo la grazia della riconciliazione con tutto il popolo di Dio. La soave intercessione di Nostra Signora della Tenera Misericordia è una fonte inesauribile di aiuto nel nostro percorso di guarigione.
Voi e tutti coloro che hanno subito abusi da parte di membri del clero siete amati da Dio. Prego affinché quanto rimane dell’oscurità che vi ha toccato sia guarito dall’abbraccio del Bambino Gesù e che al danno recatovi subentri una fede e una gioia rinnovata.
Ringrazio per questo incontro e, per favore, pregate per me, perché gli occhi del mio cuore vedano sempre con chiarezza la strada dell’amore misericordioso e Dio mi conceda il coraggio di seguire questa strada per il bene dei minori.
Gesù esce da un giudizio ingiusto, da un interrogatorio crudele e guarda gli occhi di Pietro e Pietro piange. Noi chiediamo che ci guardi, che ci lasciamo guardare, e possiamo piangere, e che ci dia la grazia della vergogna, perché come Pietro, quaranta giorni dopo, possiamo rispondergli: «sai che ti amiamo» e ascoltare la sua voce: «torna al tuo cammino e pascola le mie pecore» — e aggiungo — «e non permettere che alcun lupo entri nel gregge».
[01123-01.02]
Testo in lingua inglese
The scene where Peter sees Jesus emerge after a terrible interrogation… Peter whose eyes meet the gaze of Jesus and weeps… This scene comes to my mind as I look at you, and think of so many men and women, boys and girls. I feel the gaze of Jesus and I ask for the grace to weep, the grace for the Church to weep and make reparation for her sons and daughters who betrayed their mission, who abused innocent persons. Today, I am very grateful to you for having travelled so far to come here.
For some time now I have felt in my heart deep pain and suffering. So much time hidden, camouflaged with a complicity that cannot be explained until someone realized that Jesus was looking and others the same… and they set about to sustain that gaze.
And those few who began to weep have touched our conscience for this crime and grave sin. This is what causes me distress and pain at the fact that some priests and bishops, by sexually abusing minors, violated their innocence and their own priestly vocation. It is something more than despicable actions. It is like a sacrilegious cult, because these boys and girls had been entrusted to the priestly charism in order to be brought to God. And those people sacrificed them to the idol of their own concupiscence. They profane the very image of God in whose likeness we were created. Childhood, as we all know, young hearts, so open and trusting, have their own way of understanding the mysteries of God’s love and are eager to grow in the faith. Today the heart of the Church looks into the eyes of Jesus in these boys and girls and wants to weep; she asks the grace to weep before the execrable acts of abuse which have left life long scars.
I know that these wounds are a source of deep and often unrelenting emotional and spiritual pain, and even despair. Many of those who have suffered in this way have also sought relief in the path of addiction. Others have experienced difficulties in significant relationships, with parents, spouses and children. Suffering in families has been especially grave, since the damage provoked by abuse affects these vital family relationships.
Some have even had to deal with the terrible tragedy of the death of a loved one by suicide. The deaths of these so beloved children of God weigh upon the heart and my conscience and that of the whole Church. To these families I express my heartfelt love and sorrow. Jesus, tortured and interrogated with passionate hatred, is taken to another place and he looks out. He looks out upon one of his own torturers, the one who denied him, and he makes him weep. Let us implore this grace together with that of making amends.
Sins of clerical sexual abuse against minors have a toxic effect on faith and hope in God. Some of you have held fast to faith, while for others the experience of betrayal and abandonment has led to a weakening of faith in God. Your presence here speaks of the miracle of hope, which prevails against the deepest darkness. Surely it is a sign of God’s mercy that today we have this opportunity to encounter one another, to adore God, to look in one another’s eyes and seek the grace of reconciliation.
Before God and his people I express my sorrow for the sins and grave crimes of clerical sexual abuse committed against you. And I humbly ask forgiveness.
I beg your forgiveness, too, for the sins of omission on the part of Church leaders who did not respond adequately to reports of abuse made by family members, as well as by abuse victims themselves. This led to even greater suffering on the part of those who were abused and it endangered other minors who were at risk.
On the other hand, the courage that you and others have shown by speaking up, by telling the truth, was a service of love, since for us it shed light on a terrible darkness in the life of the Church. There is no place in the Church’s ministry for those who commit these abuses, and I commit myself not to tolerate harm done to a minor by any individual, whether a cleric or not. All bishops must carry out their pastoral ministry with the utmost care in order to help foster the protection of minors, and they will be held accountable.
What Jesus says about those who cause scandal applies to all of us: the millstone and the sea (cf. Mt 18:6).
By the same token we will continue to exercise vigilance in priestly formation. I am counting on the members of the Pontifical Commission for the Protection of Minors, all minors, whatever religion they belong to, they are little flowers which God looks lovingly upon.
I ask this support so as to help me ensure that we develop better policies and procedures in the universal Church for the protection of minors and for the training of church personnel in implementing those policies and procedures. We need to do everything in our power to ensure that these sins have no place in the Church.
Dear brothers and sisters, because we are all members of God’s family, we are called to live lives shaped by mercy. The Lord Jesus, our Savior, is the supreme example of this; though innocent, he took our sins upon himself on the cross. To be reconciled is the very essence of our shared identity as followers of Jesus Christ. By turning back to him, accompanied by our most holy Mother, who stood sorrowing at the foot of the cross, let us seek the grace of reconciliation with the entire people of God. The loving intercession of Our Lady of Tender Mercy is an unfailing source of help in the process of our healing.
You and all those who were abused by clergy are loved by God. I pray that the remnants of the darkness which touched you may be healed by the embrace of the Child Jesus and that the harm which was done to you will give way to renewed faith and joy.
I am grateful for this meeting. And please pray for me, so that the eyes of my heart will always clearly see the path of merciful love, and that God will grant me the courage to persevere on this path for the good of all children and young people. Jesus comes forth from an unjust trial, from a cruel interrogation and he looks in the eyes of Peter, and Peter weeps. We ask that he look at us and that we allow ourselves to be looked upon and to weep and that he give us the grace to be ashamed, so that, like Peter, forty days later, we can reply: "You know that I love you"; and hear him say: "go back and feed my sheep" – and I would add – "let no wolf enter the sheepfold".