El sacerdote Juan Miguel Leturia observaba silenciosamente a sus pupilos antes de escogerlos para un curioso estudio. Tenían que ser deportistas y poseer ciertas características anatómicas. Tras ello, establecía una relación afectiva y se convertía en el guía espiritual, para más tarde llevarlos a su pieza donde, según los relatos dados a esta revista, procedía a dar rienda suelta a sus fantasías.
No cuesta gran trabajo encontrar testimonios de víctimas de las “mediciones” del sacerdote jesuita Juan Miguel Leturia. Entre ellos, los abusados se reconocen y saben quién más fue sometido a estas vejaciones. Y aunque ha pasado mucho tiempo de ocurridos los hechos, varios de ellos conservan fresco en la memoria el recuerdo de aquellos años de la pubertad en que el “Loro”, como algunos le decían al religioso, inició su “estudio de biotipo” y entre cuatro paredes manipuló sus conciencias y marcó sus vidas. Estos son los relatos que los “escogidos” por Leturia dieron a esta revista con la sola condición de que sus identidades no fueran reveladas.
Abogado, 32 años, ex alumno del San Ignacio de Alonso de Ovalle
“No se lo digas a nadie”
“Toda mi familia estudió en el San Ignacio y por eso Leturia siempre fue muy cercano a ella. Debo haber estado en séptimo básico cuando el cura empezó a acercarse a mí. Era como bien cariñoso.
“El cura era bueno para abrazarte, para darte palmaditas, pero como de cariño. El problema empezaba cuando te invitaba a su pieza”.
“La primera vez que me llevó a su oficina, lo hizo con la excusa de que estaba haciendo un estudio de ‘biotipo físico’ y que para ello necesitaba hablar con atletas del colegio. Como justo en esa época yo había sido seleccionado de atletismo y fútbol, no me extrañó demasiado su requerimiento. Yo tenía 13 años. Como tres días después, me junté con él en los dormitorios, donde normalmente los alumnos no entrábamos. Ahí empezó a hacerme preguntas acerca de qué comía y me mostraba unas tablas estadísticas. Parecía ser que efectivamente estaba haciendo un estudio. Pero igual me parecía raro. Después de esa primera entrevista me citó a una segunda, en la que me pidió que me sacara la ropa para hacerme ciertas mediciones. Me midió los brazos y la espalda. Hasta ahí era como bien cuidadoso, porque aún no me pedía que me sacara toda la ropa. Sólo me sacaba la camisa. Después, en la segunda entrevista, me hizo sacar los pantalones. Me medía los muslos, las piernas, los brazos, e iba tomando nota en un cuaderno. Era bien incómodo todo, más si uno es cabro chico y no tiene ganas de hacer esas cosas.
“Le empecé a preguntar que para dónde iba la investigación y él me respondía que estaba preparando un trabajo que presentaría en el colegio para intentar mejorar las capacidades atléticas de los alumnos. Después de la segunda vez que nos juntamos, me llamó la atención que me dijera que para la próxima me tendría que medir los órganos sexuales, ‘para hacer una comparación’, decía. Ahí no aparecí más.
“Le gustaba que me quedara sin camisa y que sacara músculos. Era como bien voyerista, porque no me tocaba. Tenía una actitud muy rara. Lo que pasa es que uno racionaliza esto 20 años después como adulto. Ahora entiendo el porqué de su insistencia en que esto era muy secreto y que no debía contarle a nadie. También comprendo la causa por la que yo trataba de subirme los pantalones lo más rápido posible cuando él terminaba sus mediciones. El trataba de tranquilizarme y me decía que no iba a pasar nada. Pero lo curioso es que nunca me tocó. Incluso, cuando hacía las mediciones, era bien cuidadoso para tocarme. Se preocupaba de tocar sólo la huincha. Cuando terminaba la sesión, con la ropa puesta me daba un abrazo y me decía: ‘Pucha, ahora somos mucho más amigos, mucho más cercanos, ésta es una cuestión que te pido mantengamos entre nosotros y no se lo digas a nadie’. Yo salía de esto súper complicado y se lo comentaba a mis amigos.
“No sé qué pasó después con él, pero tengo la impresión de que si yo no lo hubiera frenado en la segunda oportunidad, me habría tenido que desvestir entero. Por eso no fui.
“Fue entonces que Leturia me fue a buscar varias veces más a la sala. Yo no tenía miedo, pero sí me hacía sentir incómodo. Cuando cachó que no le convenía llamar tanto la atención, se me acercaba en los recreos. También buscaba a otros alumnos. Se lo comenté a un seminarista –que era asesor de mi comunidad– y no me pescó, porque me decía que Leturia era un muy buen hombre. Nunca fui a hablar con el rector. Tal vez porque me sentía raro. En el fondo, ésta es la típica trampa sicológica en la que uno cae al creer que está sobrerreaccionando. Incluso, en un momento me llegué a convencer de que lo de su estudio de biotipo era cierto. Años después, me lo topé en un evento familiar y me empezó a hablar del mismo tema. Me preguntaba si yo le tenía cariño y si me acordaba de lo que hacíamos. Ahí lo mandé a la mierda. ‘Mira, no quiero hablar nunca más contigo. Creo que eres un tipo enfermo y no tengo nada que decirte’. Esta es una cuestión muy desagradable de recordar. Lo que más lamento es no haber hablado antes, porque tal vez habría evitado que esto le ocurriera a otros. Pero así es la dinámica de los abusos, donde el silencio previo no hace sino facilitar que este tipo de personas siga haciendo lo que quiera”.
Economista, 37 años, casado, gerente general de una empresa, ex alumno del San Ignacio de Alonso de Ovalle.
“Jugaba conmigo a lo sicológico”
“A Leturia lo conocí a los 13 años, cuando se convirtió en el capellán del curso. Era un cura muy cercano a los alumnos. Yo tenía una muy buena relación con él. Creo que se fijó en mí porque se dio cuenta de que mis papás se estaban separando. Yo no advertía que esto me afectaba bastante, pero Leturia sí y registraba cada detalle de mi vida privada. En ese tiempo éramos medio inocentes y no teníamos mucha noción de lo que era la pedofilia. Fui muy amigo de él durante muchos años. Tengo una contradicción vital, porque en ese tiempo no le había tomado el peso a lo que el cura hacía conmigo. Yo era muy inocente o medio tonto. Por eso, nunca se lo comenté a nadie. Hoy, si supiera que un cura le hace esto a mi hijo, lo encontraría gravísimo.
“Leturia era bueno para abrazarte, para darte palmaditas, pero como de cariño. El problema empezaba cuando el padre te invitaba a su pieza en la residencia de Alonso de Ovalle, que queda al lado del colegio. Ahí me confesaba. Yo me sentaba en una silla y él, en la cama. Me preguntaba cómo estaba y yo le contaba mis pecados. Después me preguntaba cómo estaba para hacer deporte. Yo no era atleta, y entonces Leturia trataba de impulsarme para que me superara. Me ponía como ejemplo el libro ‘Love Story’, de Eric Segal, y me recalcaba la capacidad de superación del autor que, si bien no era bueno para los deportes, había salido adelante con disciplina y esfuerzo. Después me hacía sacar la camisa para medirme los brazos. Sacaba una huincha y me medía cada músculo. Anotaba todo en un cuaderno. Yo algo intuía, pero como que lo negaba.
“Pero lo heavy venía después de esa medición. Hacía que me sacara los calzoncillos y medía mi pene con una huincha. Primero lo medía en reposo. Después me pasaba una revista de hombres haciendo ejercicio para que yo mirara a los deportistas. No eran revistas porno, sino que de físico culturistas. A través de esas fotos, el cura intentaba que yo me excitara, pero la verdad es que a mí no me pasaba nada. Yo me ponía nervioso no sólo porque el cura me miraba y por el apuro, sino porque afuera de la pieza circulaban otros sacerdotes por el pasillo. Tenía terror de que alguien abriera la puerta. Entonces, el cura me tocaba la ‘cuestión’ y me la movía como para que se me parara más rápido. Ahí me medía nuevamente y me decía cuántos centímetros tenía y me informaba que yo estaba bien. Le gustaba que uno tuviera una erección delante de él, ahí encontraba su satisfacción sexual. Jugaba conmigo a lo sicológico, porque cuando me pedía que me desvistiera, yo era incapaz de decirle que no. En cierto modo, tenía anulada la voluntad, porque era tan amigo mío, tan afectuoso, que nunca pude decirle que no.
“Después, el cura se fue al sur y por un buen tiempo no lo vi más, hasta como un año y medio más tarde que apareció en el colegio y volvió a medirme. Nunca me di cuenta de que esto era tan malo. El me hacía sentir que era mi guía espiritual. Siento tanta impotencia de no haberme dado cuenta a tiempo. Después que dejé de verlo, empezaron a correr los rumores sobre el cura. Se habló también de su alcoholismo, pero yo nunca le sentí olor a trago. Sabía que había otro compañero al que le pasaba lo mismo. Por todo esto, cuando vi que la noticia había aparecido en el diario, antes de leerlo yo ya sabía que se trataba de Leturia”.
A.K.V., testigo clave del caso y quien hizo la denuncia formal ante el 19 Juzgado del Crimen. 29 años, ex alumno del Colegio San Mateo de Osorno, estudiante de leyes en Barcelona.
“Siente que te estoy pariendo”
“Tenía como 13 años cuando el cura empezó a buscarme. Me hablaba del deporte y de cosas triviales. La primera citación ocurrió un día en que nos llevó con un amigo a la rectoría. El tema de las mediciones empezó poco a poco. Primero se mostraba preocupado por nuestro desarrollo emocional y lentamente fue allanando el terreno. Creo que empezó con medirnos la estatura y luego nos empezó a pesar. Después siguió con los brazos, luego los muslos, los gemelos y el tamaño del pie. A medida que pasaba el tiempo, fue avanzando hasta que llegó a los genitales. Tenía una cinta métrica –de ésas que usan los sastres– y te iba midiendo. Todo lo que medía lo anotaba en una libretita. Cuando ya pasó todas las mediciones del cuerpo, empezó como a darme clases de educación sexual y me preguntaba si me excitaba o no. Tenía unos libros de educación sexual para niños y nos mostraba las imágenes. Lo hacía conmigo y con otros más. A veces me medía delante de otro compañero. Ahora entiendo que ésa era una manera de blanquear. Nos hacía compararnos y nos explicaba quién estaba más fuerte en cada músculo. Al principio me medía todos las partes del cuerpo y al final llegaba al pene. Primero lo medía en reposo y anotaba el tamaño en su libreta. Luego me explicaba que me iba a medir los órganos sexuales en erección y que para estimularme me concentrara en una profesora que era muy buena moza. Lo decía como en tono de pillín. Me decía que, si yo quería, me fuera al baño y saliera cuando ya estuviera listo. ‘Concéntrate lo mejor que puedas’. Al principio lo hacía todo como bien puntilloso y después me iba diciendo que me lo tenía que tomar bien para que no se bajara. Me explicaba que me lo cogiera de abajo y después él me lo tomaba para explicarme cómo hacerlo. Esto duraba pocos minutos y terminaba cuando ya lo había medido. Era imposible pensar mal de alguien que era el rector del colegio, que además era tu guía espiritual. El era mi confesor.
“De repente, de la noche a la mañana, el cura desapareció del colegio y nos explicaron que estaba enfermo, que tenía una depresión. Justo coincidió eso con el incendio del gimnasio. En ese tiempo me seguía escribiendo cartas al colegio. Todas tenían un contenido apostólico y también me hablaba de que me tenía que conservar en buen estado físico. A veces hacía visitas y me iba a buscar a la sala. Yo le tenía mucho cariño y no entendía que lo que él me hacía era algo malo. Volvía a repetir la misma rutina. Lo único que había cambiado era que ahora escribía los datos en una computadora personal. Ya de más grande, él buscaba otros argumentos para excitarme. Siempre trataba de crear una atmósfera como de normalidad. Esto ocurrió al menos unas 10 veces. Una vez lo comentamos en la comunidad CVX y a muchos les había ocurrido lo mismo. Pero ahí quedó.
“Cuando yo viajaba a Santiago, lo llamaba por teléfono y lo iba a ver al San Ignacio de El Bosque. Una vez me quedé a alojar en Santiago y me invitó a la piscina del colegio. El estaba como más liberado. Fuimos a nadar y a la vuelta me llevó a su pieza y, antes de sacarme el traje de baño, empezamos a hablar de la separación de mis padres. A mí me había afectado mucho. Me abrazó y me dijo que no me preocupara porque yo era su hijo. Ahí empezó a darme besos en el cuello, en la cara y en el pecho. ‘Hijo, yo te quiero, esto es amor de padre, siente que te estoy pariendo’, me susurraba. Eran cosas raras, chifladas. De repente me dio un beso en la boca y me quedé helado. El cura estaba excitado y sentí mucho miedo. Me siguió dando besos hasta que llegó al pene. Esa parte la tengo medio bloqueada, porque yo estaba en shock. Ahí se cortó la relación. Apenas pude, me escapé. Me fui súper asustado. Pasaron años sin que lo viera, pero él me seguía mandando cartas. Algunas se las contestaba. A los 16 años, me fui de vacaciones a Europa para las Olimpíadas. Desde allá le mandé una carta recriminándolo. Me contestó que no lo tomara a mal, que lo de él era amor de padre.
“Recuerdo que a veces, cuando me hacía esas mediciones, me daba alcohol. El tomaba mucho vodka y yo voluntariamente me tomaba mis traguitos con el cura.
“Con el abusador de niños, uno crea como un vínculo afectivo. De hecho, Leturia es mi padrino de confirmación. El dice que yo le mandaba cartas hasta hace poco y eso no es así. Cuando recién llegué a España, hace unos cuatro años, lo llamé por teléfono porque quería crear una comunidad de CVX en Europa. Ahora que ha pasado el tiempo, ya no creo en la Iglesia.
“Le di muchas vueltas al tema antes de decidirme a hacer a denuncia. Lo hice porque este tema me pesaba demasiado en la cabeza. Me preguntaba siempre cómo había sido tan tonto como para haber pisado el palito. Antes de prestar declaración ante la justicia, agoté todas las instancias posibles para que los jesuitas cumplieran lo que yo les pedía, que era simplemente que a Leturia lo cesaran en sus funciones sacerdotales, pero no pasó nada. Por eso me decidí a hablar. No sólo es delincuente el que comete un delito, sino también quienes lo encubren. Pero la verdad es que yo no pretendo extorsionar a nadie. Eso es un error”.
Empresario, 34 años, campeón nacional de natación, récord de Chile durante nueve años, ex alumno del San Ignacio de Alonso Ovalle.
“En el colegio era vox populi”
“En el colegio era vox populi lo que hacía el cura. La primera vez que me llamó a su oficina, me habló de su proyecto de ‘crecimiento del alumnado’. Anotaba todo, tenía un registro.
“Primero me medía en reposo y después en estado de erección. Yo sabía que tenía que excitarme lo antes posible para que el cura no me diera la lata. Afortunadamente me excitaba rápido, me medía y listo. Para mí, éste era un ritual más del colegio. Me acuerdo que conmigo era como bien cuidadoso en el toqueteo. No me ponía cara sugerente. Lo medía y listo. Las primeras veces me medía los brazos y me comentaba lo bonito que eran mis músculos. Mis compañeros de curso siempre me molestaban cuando iba a ir para allá. Me decían: ‘Te la van a medir’, como talla. Como ya se lo habían hecho a mis amigos, pensaba que era algo habitual. Igual una parte mía entendía que eso no correspondía. Para mí, no fue un trauma. Aunque nunca lo tomé como un abuso, ahora sé que lo fue. Pero como yo era un alumno conflictivo, lo asumí como uno más de mis conflictos. En mi curso debe haber habido como cuatro casos más. A mí me echaron del colegio a los 17 años porque era un mal ejemplo, en circunstancias que era un tremendo atleta.
“Me intrigaba el porqué ese cura tenía tanta llegada con el alumnado. Si uno averigua bien, se va a dar cuenta de que, a pesar de todo, él fue padrino de confirmación de muchos, a otros los casó y a algunos incluso les bautizó a sus hijos.
“Me topé al cura años después en un evento en la discotheque Oz que yo organizaba para un grupo de rockeros de Osorno, que eran ex alumnos de Leturia. Me trató de enganchar por el lado del pastor y me preguntó cómo estaba. Yo lo corté en seco y le dije que ahora era budista. Le insinué que no estaba ni ahí con su tema y que si quería hablar de hombre a hombre, lo podríamos hacer después. Siempre supe que este cura estaba equivocado y que lo que hacía no estaba bien, pero no había ningún conducto para hablar de esto. Siempre pensé que él nos tenía como una suerte de envidia a los que no habíamos hecho el voto de castidad y que podíamos tener como chipe libre en materia sexual. Nunca lo vi como una cosa homosexual”.
Verónica Foxley