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Declaración del Arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa

Iglesia.cl
24 de octubre de 2002

http://www.iglesia.cl/especiales/abusos/fje_casoaguirre.HTML

1. Al regresar a Chile, al término de la visita ad limina de los Obispos de la Conferencia Episcopal, he podido constatar directamente el indecible dolor que han causado entre los sacerdotes y entre los laicos de la Iglesia, como también el gran desconcierto que han producido en nuestro país, los hechos por los cuales es procesado el presbítero Andrés Aguirre y las demás noticias que han aparecido posteriormente.

2. Agradezco a Monseñor Sergio Valech, que como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis me ha representado en estas semanas, el oportuno comunicado de prensa que hizo con prontitud, informando con transparencia a la opinión pública de la denuncia recibida, del proceso judicial que ya habíamos iniciado y que llevaremos a término, y de la suspensión del sacerdote de sus funciones.

3. Comparto plenamente, y con mucho dolor, las expresiones de solidaridad y de apoyo moral y espiritual, expresadas en dicho comunicado, a las niñas afectadas, a su familia y a su comunidad cristiana. Son personas que han colaborado generosamente con las tareas de la Iglesia en la capilla San Isaac Jogues, y que merecían y merecen un trato agradecido, de sumo respeto, que las ayude a superar la triste situación que las aflije.

4. El problema que se ha presentado nos exige reflexionar sobre valores que están en juego:

a. El compromiso de la Iglesia, y con ella de nosotros, sus sacerdotes, consiste en anunciar con la palabra y con la vida la Buena Noticia de Jesucristo, y ofrecer los medios que ayudan a crecer en el bien - personal y social - a la luz del Evangelio. La vocación sacerdotal nos pide ser un reflejo del Buen Pastor, transmitiendo la experiencia del amor de Dios. Con esta vocación es del todo incompatible cuanto pueda producir daño; más aún, cuanto pueda lesionar a quienes Jesús declaró predilectos suyos, los niños. No podemos olvidar el criterio con que seremos un día juzgados. El mismo Señor lo reveló a sus discípulos: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis". Este criterio es el determinante a la hora de discernir sobre quienes están llamados al sacerdocio. Este criterio guía toda su formación. Se incorporarán al presbiterio, porque Dios los ha llamado a un empeño radical, el de amarlo a Él con todo el corazón, y el de amar al prójimo, como Cristo, el Buen Pastor, nos amó y nos sigue amando.

b. Es por eso que la sociedad sufre y reacciona consternada cuando en ellos descubre abusos que son comportamientos equivocados, calificados tanto por la sociedad como por la Iglesia como delitos, que a los ojos de Dios constituyen pecados. La sociedad ha regalado su confianza a los sacerdotes precisamente porque los sabe hombres de Dios, hombres de bien y de esperanza.

c. El Pueblo de Dios espera, por otra parte, de sus autoridades que velen por el bien de todos, y que reaccionen oportunamente cuando aparecen denuncias. Esto vale también para las nuevas informaciones que han ido apareciendo sobre el pasado. Estamos reuniendo los antecedentes. El bien del Pueblo de Dios y el bien de todas las personas consagradas, que trabajan con tanta generosidad y abnegación en la promoción humana y en el servicio pastoral inmediato, nos piden que cultivemos una información fluida, rápida y franca, como también la presentación de denuncias responsables y formales, avaladas por la firma y el testimonio de quien denuncia, en todos los casos excepcionales de desórdenes, de modo que se pueda investigar adecuadamente. Por las informaciones que hemos podido reunir en este corto tiempo, nos es claro que los reclamos del pasado fueron atendidos, y que se tomaron aquellas medidas que en ese entonces parecían no sólo necesarias sino también suficientes, tales como un acompañamiento espiritual cercano y calificado, la elección de trabajos que evitaran los peligros y afianzaran la identidad sacerdotal, etc. Sin embargo, vistas las cosas a posteriori, aparece que con ellas no se logró la finalidad perseguida. En realidad, la divulgación más reciente de los estudios sobre determinadas enfermedades, entre otras, sobre la pederastia, muestra lo difícil que resulta lograr una recuperación y la precariedad de muchas medidas.

5. En éste y en otros tantos casos, estamos ante el misterio de la debilidad humana y de las pasiones del hombre. Ya Jesucristo tuvo que enfrentar una situación duramente castigada por las leyes de su pueblo. Se la presentaron como una trampa, llevando ante él a una mujer sorprendida en adulterio. El castigo previsto era apedrearla hasta la muerte. Jesucristo los emplazó, diciéndoles: "El que esté sin pecado, que tire la primera piedra". Situaciones como éstas invitan a la sinceridad personal y social. Con razón se decía en una entrevista que somos parte de una sociedad que tiende a permitirlo todo y a no perdonar nada. Los hechos conocidos no nos harán olvidar las muchas cosas buenas que hizo el sacerdote confeso. Y si bien rechazamos terminantemente las acciones que lo inculpan, no entraremos en el juicio de la conciencia. Más allá de toda justicia humana, cuya competencia reconocemos y ante la cual no pedimos privilegio alguno, el juicio de la conciencia le corresponde a Dios. Para nosotros, eso no impide reconocerlo como un hijo de nuestra Iglesia. Lo mismo haría una familia con cada uno de sus hijos. Y Jesucristo vino a salvarnos, dándole esa misión a su Iglesia. Con su acompañamiento podrá contar, y con todo el apoyo que necesite en su camino de purificación; más aún, en medio de la dura enfermedad que lo aqueja.

6. Así como enfrentamos este problema nuestro, miremos también de cara los problemas de la sociedad. Sufren sus consecuencias las familias y los niños. Hay violencia intrafamiliar y tenemos que reconquistar un tipo de relacionamiento humano que exprese justicia y respeto ante la dignidad de las personas, y voluntad de apoyarlas y no de dañarlas. Hemos de entender y asumir el noble valor de la sexualidad como don de Dios, y no degradarla. La Iglesia quiere aprender de estos dolorosos hechos, que la avergüenzan, y a todos los que han sufrido por ellos, de corazón les pido su perdón. Sacaremos de ellos todas las consecuencias con serenidad, firmeza y esperanza. Así estaremos contribuyendo a que toda nuestra sociedad crezca, también mediante las experiencias que nos hieren.

7. A la Sma. Virgen, Nuestra Señora de la Esperanza, le pido que interponga su intercesión, para que el Señor de la vida siempre nos regale la experiencia de la sobreabundancia de su gracia; también cuando nos golpea el pecado, el error y el mal (Rom 5,20).



 
 


 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




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