http://misionesonline.net/2016/12/27/relato-del-horror-otra-victima-de-abuso-sexual-rompe-el-silencio/
Durante cuatro años, que ahora le parecen una pesadilla, A. fue abusado sexualmente por el cura del Instituto Discípulos de Jesús San Bautista
que lo tenía a su cargo, en completo aislamiento, en la Patagonia.
Con solo catorce años y con una manifiesta vocación sacerdotal, se había unido a la congregación en Salta en 2009. Dos meses más tarde, fue trasladado al lejano Puerto Santa Cruz, con la excusa de que allí estaba la casa de los aspirantes y postulantes que necesitaban terminar la escuela secundaria.
Cuando llegó, encontró solo a dos personas: el cura Nicolás Parma y otro hermano profesor. Como la relación entre ellos era muy conflictiva, al poco tiempo, el profesor se fue y A. se quedó solo con el padre Felipe. “Desde ese momento comenzó todo el horror que viví en esa casa”, recuerda en su denuncia ante la justicia canónica.
La primera vez, Felipe lo invitó a dormir a su habitación y abusó de él. Al notar su rechazo, le pidió disculpas, y suspendió los avances por algún tiempo. Con la llegada de otro sacerdote, A. tuvo esperanzas de que los episodios no se repetirían. Sin embargo, pasó lo contrario. El padre Felipe buscaba la forma de quedarse a solas con él para acariciarlo y masturbarse.
La llegada de un grupo de jóvenes desde Salta tampoco lo hizo desistir. Aprovechaba los horarios en que los demás iban a la escuela para abusar de él. A. comenzó a tener fantasías de suicidio. No podía recurrir a nadie, se sentía absolutamente a merced de su abusador. Además, Felipe lo acusaba de provocarlo: “Decía que por culpa mía él hacía lo que hacía, que por culpa mía nosotros pecábamos”.
Una noche, Felipe invitó a A. y a otro muchacho a su habitación. Mientras les mostraba su iPod y les permitía jugar con su tablet y con las aplicaciones de su celular de alta gama, les tocaba el pecho. Según A., el cura apagó la luz, se sentó entre ellos, los abrazó y les dijo “lo mucho que los quería, lo que significaban para él“ . Cuando los muchachos se resistieron a participar de un trío sexual, los amenazó con echarlos y los forzó a aceptar.
Los hechos de violencia sexual se repetían, y se alternaban con abusos de autoridad e insultos. La situación era intolerable. Cuando llegó el momento de su regreso a Salta para recibir el hábito de novicio, A. le comunicó al padre Felipe que abandonaría su vocación y regresaría a su casa. El sacerdote le pidió entonces que nunca revelara nada de lo que había vivido.
Ya en el Norte, el Padre Josué, mano derecha del padre fundador del Instituto, Agustín Rosa trató de convencerlo para que se quedara. Le dijo que nunca sería feliz fuera de la comunidad y lo mandó a un psicólogo.
Finalmente, como último recurso, A. le expuso sus motivos al mismísimo Rosa. El fundador también le pidió que no se fuera y que guardara silencio sobre todo lo sucedido para resguardar el nombre del instituto y del sacerdote abusador. “No podía entender cómo la cabeza de la comunidad me pedía que ocultara todo”, reflexiona. Pero la razón le quedó clara poco después. En una segunda visita, el propio padre Agustín Rosa abusó de él. Con la excusa de querer revisarlo porque podía tener varicocele, le pidió que se bajara los pantalones y lo manoseó.
A. tiene 22 años y vive hoy cerca de los suyos y alejado de su temprana vocación religiosa, incluso de la fe. Lo único que lo anima es la incierta posibilidad de conseguir justicia.